La urgencia de transitar hacia un nuevo sistema agroalimentario
Cuantificar el valor de la alimentación en nuestras vidas parece un objetivo inalcanzable. Podríamos convenir que se trata de una tarea tan imposible como accesoria cuando hablamos de una necesidad básica para la existencia de cualquier ser vivo. Sin embargo, hemos construido un sistema agroalimentario extractivista que, lejos de promover la producción de alimentos sanos y la protección de nuestra tierra, favorece el deterioro de los suelos, la drástica reducción de la biodiversidad y la aceleración del cambio climático. La paradoja es aterradora porque el mismo sistema trabaja contra su supervivencia al atentar contra los ciclos planetarios de los que depende.
La comunidad científica nos alerta recurrentemente sobre los efectos de la agroindustria con evidencias que ponen a prueba el escepticismo de las voces más negacionistas. Los sistemas agrícolas modernos, dominantes en las economías occidentales, son los principales causantes de que más de la mitad de los suelos destinados a la actividad agrícola mundial ya no sean fértiles, así como de la pérdida de una cuarta parte de la población de insectos terrestres en las últimas décadas. La producción y distribución de alimentos agrícolas, incluida la ganadería, son responsables de entre el 20 %-30 % de las emisiones de gases de efecto invernadero y del 70 % del consumo planetario de agua.
Estas externalidades negativas del sistema no se limitan al impacto medioambiental. Su repercusión social es patente si tenemos en cuenta que los 500 millones de pequeños agricultores responsables de dar de comer a casi tres cuartas partes de la población mundial son las personas que ostentan las mayores tasas de pobreza y desnutrición. A su vez, la comercialización de granos está en manos de cuatro grandes multinacionales, las denominadas Grupo ABCD (ADM, Bunge, Cargill, Louis Dreyfus), con poder para influir artificialmente en los precios del mercado. Esta concentración de poder perpetúa la difícil situación del productor y pone de relieve la inviabilidad de la teoría de la oferta y la demanda cuando hablamos de la distribución de la riqueza.
Cambiar radicalmente la forma de producir, distribuir y consumir alimentos es una obligación de nuestra generación. No podemos perder más tiempo. Estamos ante un reto de tal magnitud que acometer una transformación integral de nuestro sistema agroalimentario debe ser una prioridad para toda la sociedad. Debemos dejar atrás concepciones productivistas sobre el cultivo de nuestros alimentosy priorizar el cuidado de la tierra y los seres vivos. Se trata de abrazar un nuevo paradigma, basado en los principios de la agricultura orgánica, que proteja los equilibrios ecosistémicos y favorezca la inclusión social. La soberanía alimentaria debe primar frente a los intereses de los oligopolios.
En esta tarea, el sistema bancario es un actor clave para potenciar el cambio, a través de la financiación de proyectos agroalimentarios resilientes en toda la cadena de valor. Además, el impacto del sistema financiero se multiplica al dejar de orientar los recursos económicos a prácticas medioambiental y socialmente insostenibles. Hay muchas políticas financieras nocivas cuya erradicación están en la mano de las instituciones que las promueven, como las inversiones especulativas en materias primas a través de los mercados de futuros con vehículos de inversión tales como los CFD y ETF. Inversiones que desequilibran los precios de los alimentos sin base en la economía real.
La financiación de la industria ganadera intensiva o de multinacionales de la agroquímica que, a pesar de conocer el impacto de ciertos herbicidas como el glifosato, priman los rendimientos económicos frente a la salud de las personas y del planeta, es un ejemplo claro de lo que no se debe respaldar desde una banca que favorezca la transición del modelo agroalimentario.
Una vez más, la palanca de cambio reside en las elecciones de cada uno de nosotros y nosotras. Necesitamos de la acción de una ciudadanía consciente que exija regulaciones ambiciosas, alimentos sanos y sostenibles y que, con sus decisiones de consumo, defienda una distribución inclusiva de los recursos económicos. El momento es ahora, no hay planeta B.
Este artículo —escrito por Rubén Carrasco, gerente de Agricultura Ecológica de Triodos Bank— se basa en la visión paper sectorial sobre agricultura y alimentación de Triodos Bank, una banca ética B Corp que trabaja para ayudar a crear una sociedad donde se proteja la calidad de vida de todas las personas y el medio ambiente.